Cómo NO entrar gratis en un sitio

Seamos realistas: en una cuna del arte como Italia sería estúpido no entregarse al disfrute enloquecido de los monumentos históricos, y eso, quieras o no, te convierte en turista durante algunas horas al día. Nosotros éramos, eso sí, turistas sin pasta, renuentes a pensar que los pobres no podamos acceder a la cultura y que se haga negocio de lo que toda la vida ha sido gratis: entrar en una iglesia.

Nuestro principal objetivo en Rávena era, pues, entrar gratis en San Vital (uno de los grandes emblemas del arte bizantino) y, si era posible, en San Apolinar y el mausoleo de Teodorico. Con lo que no contábamos era con lo que la falta de carisma comercial y una terca taquillera  pueden combinar. Prestad atención a esto como ejemplo de lo que NO debéis hacer si queréis conseguir algo en esta vida.

San Vital Rávena exterior parte trasera

Fortaleza inexugnable

Ya el día anterior lo habíamos intentado. Presentía que no iba a ser fácil: los museos de propiedad eclesiástica (a diferencia de los del estado) se habían mostrado siempre rígidos e inflexibles: o pagas o no hay tu tía. Así que me acerqué ya titubeante a la taquillera, que para colmo tenía cara de chupar limones y de no haber tomado el sol en muchos años. Todo mi mensaje estaba ya predispuesto a recibir una negativa: «¿no podemos entrar…?», apunté humildemente, aun conociendo los efectos contraproducentes de la palabra «no» sobre el subconsciente. Y lo reforcé todo con un tic negativo de la cabeza… ¡vaya, que me faltó rapármela y escribirme en la calva un «no» de diez pulgadas! ¿Qué había sido de aquella vendedora alocada y decidida que en Madrid sacaba clientes de debajo de las piedras?

Esto es importante: si queréis conseguir algo, vuestra actitud es la que decidirá vuestra suerte. Hay que estar convencido de que es posible, darlo por hecho y sonreir con energía. Si vosotros mismos no lo creéis, es muy probable que os pase como a mí: ella se negó rotundamente. Le expliqué nuestra situación:

– Pero es que hemos venido a la ciudad sólo para ver San Vitale, y al ser una iglesia pensábamos que sería gratis… viajamos sin dinero, en autoestop, dormimos donde nos ofrecen y vendemos pulseritas en la calle para comer.

Esta realidad no la ablandó:

– Es muy barato, compráis un pase que cuesta 9’50 euros y vale para varios monumentos -quedó en evidencia que era una de esas personas que no entienden lo que significa viajar sin pasta: para ella, veinte euricos los lleva encima hasta el más paupérrimo.

– Ya le hemos dicho que no es cuestión de precio, es que NO tenemos dinero.

Físicamente (sólo físicamente) se le daba un aire

– Pues entonces os quedáis sin verla -sentenció encogiéndose de hombros con desdén.

El segundo ataque, al día siguiente, fue protagonizado por el aguerrido Jorge I el Charro. Rogué al espíritu del Fary que no estuviera por allí la misma mujer. En taquilla había otra… que, escuchando a Jorge, se negó también.

– A ver – contraatacó su faceta más «marketingera»-, es que a San Vital también le viene bien dejarnos pasar: tenemos una web y, si la basílica es tan bonita como dicen, va a ser buena publicidad para ella ser recomendada en un blog de viajeros.

Ya parecía que la mujer empezaba a pensárselo cuando apareció… ¡tachán, tachán, nuestra amiga del día anterior! Nos miró de arriba abajo con desprecio y una pinza invisible en la nariz:

– Ya estuvieron ayer por aquí -le advirtió a su colega- Pagad el billete de 9’50.

– Nos vamos de la ciudad en dos horas : aunque pudiéramos comprar el billete general, sólo tendríamos tiempo de ver San Vital. Es una pena marcharnos sin entrar habiendo venido a la ciudad sólo para eso. No os pedimos que nos imprimáis un ticket de invitación como han hecho en otros museos -nos miraron incrédulas ante algo que era más cierto que la ley de la gravedad-. Simplemente haced la vista gorda y si nos pillan (que es casi imposible), decimos que nos hemos colado sin que nos vierais.

– No, esas son las reglas -su cabeza tomó forma de cubo- Si queréis entrar gratis, tenéis que hacer una solicitud al departamento de obras de religión del arzobispado.

Turista hortera rico

Aun visitando monumentos, no todos somos así

¡Burocraciaaaa! Desesperados, les pedimos el teléfono del susodicho sitio. En el bolsillo teníamos lo justo para hablar unos dos minutos desde una cabina. Les contamos nuestra situación pero ni siquiera hicieron amago de ofrecernos llamar desde el fijo de la taquilla. Buscamos por la calle una cabina. La mujer que contestó al teléfono me dijo que nuestra solicitud tardaría en ser respondida por el obispo como mínimo una semana.

– ¡Es que nos vamos en un par de horas!

– Lo siento -mientras me explicaba por qué no había esperanza, se cortó la comunicación: se había agotado el saldo.

Admitimos, pues, la derrota, siendo invadido nuestro espíritu por un solo consuelo: al no poner un pie en la basílica, habíamos ahorrado un dineral al obispado, tanto en el aire que hubiéramos respirado como en la limpieza de las motas de polvo que pudieran entrar adheridas a las suelas de nuestros zapatos o el desgaste de los mosaicos producido por la caricia de nuestras miradas desde la lejanía. La Iglesia no llega a fin de mes, sobre todo en un país tan duro económicamente para ella como Italia, y no se puede abusar de ella.

Resignados a no cumplir el objetivo por el cual habíamos ido hasta aquella ciudad, para colmo después de habernos gastado pasta por primera vez en el tren, vimos que ya no nos daba tiempo a intentar ver nada más si queríamos ir por las mochilas, despedirnos de nuestros anfitriones y salir a la carretera a una hora decente.

Enrico nos acercó hasta una gasolinera, donde pidió a un camionero que allí había que nos llevara. Y así nos pusimos en camino hacia San Marino, ese micropaís.

4 Respuestas a “Cómo NO entrar gratis en un sitio

  1. Me imagino a esa especie de Merkel con cara de vinagre detrás de la taquilla, sintiéndose poderosa por no dejaros disfrutar de la cultura. Otra vez será.

  2. ¡Muy bueno! Aunque como decís, la predisposición y cómo se encara la dificultad inicial, condiciona la respuesta de la taquillera… en este caso, estaba claro que ni Dios entraba por esa puerta sin pagar…

  3. Jaja, en general comprobamos una cosa: los taquilleros con cara de felicidad / relajación o que están conversando animadamente entre ellos te suelen dejar pasar. A más contentos, más flexibles. Imagino que cuando tienes un mal día o no te va bien en la vida es más difícil facilitársela a los demás…

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