Roma: expectación y agujeros negros

Entrar de nuevo en Roma, después de seis años alejada de lo que durante siglos fue umbilicus mundi, provocaba en mí una nerviosa emoción. Me desperté al entrar en las afueras de las afueras y, ya allí, frente a los descampados y las feas casas desperdigadas, avisé a Jorge para hacerle partícipe del momento. Se volvió a dormir refunfuñando. Olvidaba lo poco que le gusta ser despabilado antes de tiempo.

Metro de Roma, línea azul

Metro de Roma

La Ciudad Eterna era un sitio que temíamos y deseábamos: desde el momento en que Jorge quedó deslumbrado por Génova, yo le advertí de que aquello no era nada comparado con la antigua ciudad imperial. En aquel momento del viaje (cuando todavía pensábamos pasar por Italia sólo de refilón) pensaba: «uf, menos mal que no tenemos previsto pasar por allí en este viaje: ¡si no, corremos el riesgo de quedar atrapados durante meses entre las garras de la Historia!». Roma inabarcable, desmesurada, descaradamente artística. Un lugar donde quedarse buceando años, lustros y décadas. Lo que en cualquier ciudad de provincias -incluso en la vieja y magnífica Italia- tendría para sí la mejor sala de un museo, en Roma se amontona con otras decenas de restos de igual categoría; lo que en otro lugar sería una catedral, ahí es sólo una más de los centenares de iglesias en la ciudad con probablemente la mayor densidad de templos por kilómetro cuadrado de Europa; y hasta lo que en el resto del país sería una tranquila caminata o un breve trayecto en bus, allá se coniverte en una hora y pico de transbordos y adormecida circulación.

Como la mayoría de las personas que descubren la cuna de la civilización latina, ese Jorge que dormía indiferente ante las anodinas puertas de la ciudad quedaría pronto marcado por el que yo llamo «síndrome de Roma»: recordándola, ya ningún otro lugar digno de ver en el resto de Italia logró impresionarle como antes. Por suerte, seguro que en el resto del mundo habrá unos cuantos sitios que bajen a Roma de sus alturas y nos vuelvan a dejar con la boca abierta.

Vaticano-Prati

Vaticano-Prati

Llegamos a Roma de noche; Paola y Marco nos regalaron dos billetes de metro para ir a casa de nuestro siguiente anfitrión. En el vagón, nadie se levantó para ofrecernos su asiento, a pesar de que íbamos supercargados y entorpecíamos la circulación de pasajeros. Dos ragazzi bastante fashion, sentados ante mí, me observaban con aire indiferente mientras trataba de equilibrarme con los vaivenes del metro y no molestar a nadie con mi enorme mochilón a la espalda, sin sitio para dejarla en el suelo. «Mal rollo», murmuró mosqueado Jorge. «Simplemente, gran ciudad», contesté yo, con más fe en los romanos. Y quizá ni una cosa ni otra, sino simplemente presagio de un par de días en los que nos iban a tratar como a un estorbo del que hay que deshacerse: llegábamos a Prati, mi barrio de cuando era erasmus, a casa de un escritor y guionista de la tele.

En Ottaviano-San Pietro afloramos a la superficie nocturna de la calle y me quedé atónita: nada había cambiado mucho, pero mis recuerdos habían sido absorbidos por un extraño agujero negro de la memoria, y ya no reconocía el lugar por donde durante casi diez meses pasaba todos los días. Di vueltas cual pato mareao, preguntando a los transeúntes; Jorge empezaba a poner en duda que hubiera vivido allí alguna vez. Yo no daba crédito, ¿qué me estaba pasando?. De día las cosas se arreglaron un poco, pero seguía sin recordar prácticamente el camino hacia ningún sitio, infra o sobredimensionando las distancias; era como si, ciertamente, nunca hubiera vivido allí. Recuerdo en cambio la facilidad con la que, al regresar después de mucho tiempo a otras ciudades (como Barcelona, en la que también había vivido) volvían enseguida los recuerdos a la memoria. Como quien coge una bici o se tira a nadar. ¿Me habrían borrado Roma del cerebro? No es precisamente un lugar para olvidar…

La parte buena fue, en cambio, redescubrirla de nuevo.

2 Respuestas a “Roma: expectación y agujeros negros

  1. Me alegro q sigais con la aventura, la verdad es que si fuera a Roma me quedaría un mes o dos..para ver todo…debe ser tanto…q te agota. Bonitas fotitos. Un saludo chicos. Animo

    • Bueno, más que seguir con la aventura, seguimos colgando de una vez los post de la aventura… ¡Ni en dos meses te ves Roma, jaja! Pero sí te daría para una visita decente 🙂

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