Esto… sí… o no… ¿perdona, qué decías?

Con T, nuestro primer couchsurfer romano, todo fue raro desde el principio. Nos abrió la puerta de su casa con fría cortesía y una sonrisa forzada. M., su mujer, que también trabajaba de redactora en la tele, vino sólo medio minuto para darnos un seco apretón de manos con media sonrisa tirante, y se volvió a la habitación donde estaba. «Bueno», pensamos, «si han aceptado nuestra solicitud no puede ser que les caigamos mal antes de llegar; será timidez o algo así», y confiamos en que ya se iría rompiendo el hielo.

Ángel Tíber Roma

¡A Dios pongo por testigo de que nos prometiste dos noches!

El piso era enorme, con estudiada decoración entre minimalista, señorial y con algún punto «harapiento» (dícese del trasto de vertedero reconvertido en mueble moderno por obra y gracia del interiorismo) que le daba un toque alternativo. Ingenuos como somos desde nuestro punto de vista de clase (el de la mayoría de los jóvenes, que hemos de vivir en piso compartido) pensamos que habitaban más compañeros allí y que todos habían tenido una potra absoluta encontrando aquel pisazo.

– Y además tan bonito -apunté-. Los pisos de alquiler no suelen tener este tipo de decoración.

– No, es que los muebles y la decoración son nuestros.

– ¡Puff…!, ¿y cómo pensáis llevaros todo esto cuando dejéis el piso?

– Es que el piso también es nuestro.

Nos quedamos un poco de piedra. Lo disimulamos elegantemente y aprovechamos la tele para cambiar de conversación y no meter la pata (yo soy una auténtica máquina de meter la pata con la burguesía… ¡por falta de práctica!). En la tele salía Berlusconi. El dueño de Italia había dicho que dejaba el gobierno definitivamente, que dimitía. Y esta vez los italianos creían que iba en serio. El día anterior había dicho que pillaría a los traidores y que no se iba, pero las circunstancias le habían pegado finalmente una patada en el sedere. T. asistía exultante a esto. Lo cual nos dio un punto de unión: aunque yo, en mi fuero interno más friki, me lamentaba de lo aburrida que sería Italia sin las excentricidades del «Nano» (el Enano, como le llaman sus detractores… aunque algunos van más allá: «il Psiconano»), los tres coincidíamos en que, en un plano más serio, el país se libraba de una auténtica carga. Propusimos hasta acercarnos al Quirinale, donde había festivos grupos de gente celebrándolo.

T. cocinó una cena para nosotros tres (su mujer, M., iba a la suya) y charlamos. Nos contó que tenía un cine: «un grupo de amigos y yo decidimos comprar un viejo y pequeño cine abandonado y ahora pasamos películas alternativas que normalmente no tienen distribución; me gustaría llevaros allá para que lo conozcáis». Nos entusiasmamos con la idea.

Estatua mendigo Roma

A él le fue peor

Teníamos muchas ganas de salir ya a dar una vuelta por Roma, pero esperamos a ver qué le apetecía a T.: si venir con nosotros, llevarnos a algún sitio o que cada uno se fuera por su cuenta. No parecía manifestarse. Sólo dijo distraídamente que M. se iba al cine antes que él, pero no dilucidamos si quería que lo acompañáramos ese día u otro. Esperamos un poco confundidos: no queríamos aparentar estar pegándonos a sus piernas pero tampoco podíamos irnos sin riesgo de molestarle. Realmente, por nosotros cualquier cosa hubiera estado bien. Bajamos juntos la calle. Seguía sin dejar nada claro y, como se encaminaba hacia el coche con un lenguaje corporal harto impenetrable, se lo volvimos a preguntar:

-¿Es hoy cuando quieres que vayamos al cine contigo o prefieres otro día? A nosotros nos va bien cualquier cosa.

Con abstraído aire de aturdimiento, murmuró sin mirarnos a los ojos:

– Bueno… no sé… como queráis… podéis venir hoy, sí-  y le acompañamos al coche, sintiendo un poco como si estuviéramos de más, y dudando si hubiera sido mejor no ir.

De verdad que no sabíamos por dónde coger a este hombre y, pensando que quizá la culpa de todo era de la falta de confianza, teníamos esperanzas de llegar a entenderle con el trato. Por el camino, hablando ya más animados, T. soltó de repente algo que parecía que le creaba una gran incomodidad decir:

– Bueno, ¿y cuánto tiempo tenéis previsto quedaros?

– Pues en tu casa un par de días, como ya te dijimos -cuando aceptó nuestra solicitud de couch nos habíamos puesto de acuerdo en eso-, aunque vamos a estar más tiempo en Roma con otros couchsurfers, así que si luego te apetece que nos quedemos más… lo que prefieras.

– A ver…es que…a veces alquilamos una habitación rollo bed & breakfast y a última hora han llamado unos franceses, así que mañana no os podríais quedar- fue como un bofetón porque no nos lo esperábamos.

– Pero, ¿y en el sofá? – tenían sitio para tres o cuatro personas en los enormes sofás del salón.

– Es que van a volver dos amigos nuestros de Barcelona a los que hemos estado alojando.

Calle de Trastevere Roma

La p… calle (de Trastevere)

– T… como nos dijiste que nos alojabas dos noches, hemos rechazado otros couch, y ahora que has cambiado de idea no tenemos otro sitio adonde ir. Buscaremos couch de urgencia pero, si no encontramos nada, ¿te importa que durmamos en el suelo del salón y al día siguiente nos vamos? Llevamos esterillas y sacos. Nos conformamos con tener un techo porque afuera en la calle hace bastante frío…

– Preferiría que vayáis a otro sitio. -luego se lo pensó:- Pero si no encontráis nada, algo haremos…

Alucinamos. Habíamos pospuesto ir a casa de Gianluca, otro couchsurfer, priorizando a T. porque nos había contestado antes (algún criterio hay que usar); Gianluca por tanto se había ido de finde fuera de Roma y no iba a poder alojarnos por lo menos hasta el lunes. Nos veíamos en la calle. Ciertamente, nadie tiene obligación de alojar a nadie, pero por lo menos debería cumplir la palabra dada: la gente no somos marionetas. ¿Le caeríamos mal? No había dado ni tiempo para eso. ¿Quería que le inspiráramos un guión (insistía demasiado en que con nuestro viaje se podría hacer una peli) pero le desilusionamos? ¿M. no estaba de acuerdo con nuestra visita?

En su cine, tuvo el detalle de hacernos socios para que pudiéramos entrar, pero pasó bastante de nosotros: apenas entró, se fue a hablar con gente, saludando a diestro y siniestro, y ya casi no lo vimos hasta que, unas horas después, reparó en nosotros y nos invitó a tomar algo con el grupo en el que estaba. Era muy curioso que nos diera siempre más confianza cualquiera de sus amigos que él mismo y no digamos que M., que iba por allí como si no nos conociera.

Esa noche nos acostamos tarde buscando couch por Internet. A lo largo del día siguiente, nadie contestó: lógico si avisas con tan poca antelación. Llegó la noche y no teníamos dónde quedarnos. M. y T. estaban tensos. El trato era más áspero que nunca. Lo único que lo hacía sobrellevable era la presencia de sus amigos de Barcelona, que nos trataban con más naturalidad. ¿Nos echarían a la calle? ¿Adónde iríamos? M., gélida, con ademanes de sargento que se contiene el cabreo, nos comunicó que iríamos a casa de su padre. «Te lo agradecemos mucho», dijimos con humildad intentando ablandarla y sacarle una sonrisa. Por el contrario, nos condujo sin pronunciar palabra y con paso decidido hasta el coche, nos metió en casa de su padre (un piso enorme al lado de Prati y del Vaticano) y se despidió secamente.

Francesco couchsurfer Roma

¡Francesco nos salvó de los guionistas!

El pobre hombre, en batín, dejaba traslucir la vergüenza y desconcierto que le crea a una persona de setenta y tantos años recibir a dos desconocidos en su casa a esas horas de la noche.»Perdonad el desorden», murmuraba, «¿qué necesitáis?». Solícito, nos ofreció todo tipo de mantas y almohadas y por la mañana, insistió en que desayunáramos lo que quisiéramos, se encorbató y salió. Conversamos un rato con Dana, la asistenta (otra rumana generosa y amable…¡decididamente, los rumanos y los sicilianos nunca nos fallan!) y fuimos a casa de T. a mirar internet, cruzando los dedos para que alguien hubiera aceptado nuestra solicitud…Pero nada. Le dijimos que, aunque nadie nos diera couch, esa noche ya no les molestaríamos quedándonos (el trato habían sido sólo dos noches, ¿no?), pero le pedimos que nos permitiera dejar las mochilas allí unas horas, para poder movernos más libremente por la ciudad buscando un alojamiento. ¡Pues hasta eso nos lo negó al principio! Luego Jorge lo apiadó.

Así que, como el día anterior, salimos a dar una vuelta por la zona para intentar incomodarles lo menos posible con nuestra presencia y para buscar un lugar donde pasar la noche. Al poco, Francesco, un couchsurfer que en su foto de perfil tenía una cara de majete que no veas, nos envió un sms: «podéis venir a mi casa, pero no vuelvo del trabajo hasta las 20.00». ¡Uff, todo solucionado! Aprovechamos para dar un paseo por la bella Roma y, por la tarde, recogimos nuestras cosas y nos largamos aliviados del piso. Decíamos adiós al «discreto encanto» de la burguesía piji-progre.

9 Respuestas a “Esto… sí… o no… ¿perdona, qué decías?

  1. ¡Qué situación más tensa! Dios, nisiquiera dejar las mochilas para poder salir a pasear… y que sino te gustaba couchsurfing, no lo hagas! igual nosotros buscamos en Roma y nada de nada, parece ser que los únicos romanos que contestan lo hacen a señoritas solas 😛 ¡Un beso y que mejore la experiencia romana!

    • Puff, ¡si es que ni siquiera queríamos dejar las mochilas para pasear, sino para recorrernos Roma en busca de algún sitio donde nos ofrecieran un techo (una iglesia, una casa okupa… yo qué sé)! Sin embargo, a favor de los romanos hay que decir que nosotros sí encontramos couchsurfers encantadores: tras este hombre fuimos a casa de Francesco, Gabriele, Arcangelo y Gianluca (uno de los couchsurfers más generosos que nos hemos encontrado). Eso sí, tuvimos que escribir a mucha, mucha gente porque, como en cualquier ciudad demasiado turística, los couchsurfers romanos tienen tanta demanda que no podrían atender a todo. Peor nos fue en Florencia, que a pesar de escribir a muchísimos no nos aceptó ninguno.

  2. Bueno, hay que aceptar que no todo va a ser siempre como en «Los mundos de Yupi», jaja… y además, estrictamente, nuestra vida nunca corrió peligro 😛

  3. Que situación mas tensa , me imagino que les habrán dado una review negativa por no leer las condiciones en el request del couch .

    saludos

      • Que si luego de la experiencia con el italiano que los hospedo , en su perfil , pusieron como positiva o negativa la estadia en su lugar en la pagina de couchsurfing.

      • ¡Ah, vale! 🙂 No le pusimos referencia alguna. En parte porque esta habría tenido que ser neutral (por el lado negativo incumplió su palabra, pero por el positivo nos dio alojamiento dos noches, de una u otra forma), y en parte porque Couchsurfing tiene un problema: si tú pones una referencia negativa o neutral, te garantizas que te pongan otra de la misma clase. Aunque tu comportamiento haya sido impecable, si la otra persona ve que le pones una referencia que no le gusta, te responderá con otra igual, aunque se tenga que inventar cosas para ello. Y da igual que él te haya puesto una referencia primero, porque si luego no le gusta la tuya puede modificar la suya, para colmo.

        ¿Resultado? Que te ves doblemente perjudicado por esa persona, pues cuando la gente mire tu perfil verá en él una referencia negativa/neutral que dice una serie de cosas sobre ti cuya falsedad tú no tienes forma de demostrar. Y la mayoría de la gente va a evitar alojar a alguien que tiene referencias negativas. Suponemos que es por eso por lo que la gente no suele poner referencias negativas en Couchsurfing, a pesar de que luego cuando hablas con couchsurfers la mayoría tienen alguna experiencia desagradable que contar. No sabemos cómo podría solucionarse el tema, pues está claro que sin un modo de arbitrar la veracidad de las referencias, el sistema de referencias pierde mucha utilidad para los usuarios.. pero ¿cómo hacerlo? He ahí la cuestión.

Deja un comentario